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viernes, 25 de noviembre de 2011

Historias metafóricas y metáforas histéricas

Inasequible al desaliento a pesar de los múltiples pesares , Ataúlfo Corrochano se decidió a encender su televisor 3D  Full HD de chorrocientas pulgadas cuadradas pagado en incómodos plazos a pesar de la que se avecinaba. Y es que encender la tele en plena noche electoral tiene lo suyo aunque parezca que no. Había pasado la jornada de reflexión intentando reflexionar con escaso éxito tal vez a causa de que, a poco que uno reflexione, llega a conclusiones tan demoledoras como irreflexivas. Y en la mañana del domingo 20 de noviembre, coincidiendo con efemérides por todos conocidas y  bien temprano,  se aprestó a ejercer su derecho al voto como alma que lleva el diablo con esa sensación de falso poder que da el hecho de pensar que uno tiene algo que decidir en los procelosos caminitos de los recortes patrios. Y para rematar el momento de éxtasis , introdujo con sus propias manos las papeletas blanca y sepia en sus correspondientes urnas sin que la mamporrera mano del presidente de la mesa turbase la inmaculada candidez del acto. Sobre  de color blanco, como el vestido de la novia que ya no recuerda cuando perdió la honra y sobre de color sepia, como la foto de la vieja gloria que rememora tiempos pasados en  su bien remunerado cementerio de elefantes. Ataúlfo en el fondo, era un romántico irredento.



Y mientras veía la cabecera del programa "Especial Elecciones Generales" pensó que aquella noche de domingo no era más que el preludio de una interminable semana de mítines postelectorales de taberna de todo a cien  protagonizados por los unos y los otros, los unos dando saltitos de inexplicable alegría, los otros aullándole a la luna por la idiotez de los unos, y los de más allá acordándose de la madre que trajo a los unos y a los otros. Ataúlfo,  además de ser un romántico irredento era un onanista mental de libro.

En la nítida tele de pantalla LED de diseño japonés, fabricación china y financiación multinacional, los grandes analistas políticos hacían quinielas sobre los resultados electorales a imagen y semejanza de los grandes economistas, que son esos señores y señoras que estudian durante años para justificar las razones por las que el Estado y las empresas palman dinero a cascoporro y los ciudadanos más afortunados no llegan a mediados de mes en este mundo esférico achatado por los polos y globalizado hasta la náusea. Y entre primas de riesgo buenorras  de esas que ponen palotes a los mercachifles financieros y encuestas sobre intenciones de voto a pie de urna y adarga en astillero, iba creciendo el subidón de los unos y la inflación galopante de gónadas de los otros mientras los ya mencionados de más allá no sabían si subir, bajar,  quedarse como estaban o abandonarse despreocupadamente a los estupefacientes producidos en el tercer mundo, que de algo tenía que vivir.

Ataúlfo decidió amenizar la espera recreándose en el ambiente explosivo de los foros interneteros, donde el reparto de collejas gratuitas iba en aumento y la culpa, para no variar, seguía compuesta, sin novio y vistiendo santos con túnicas de H&M que , como no podía ser de otra manera, también eran de fabricación china.

Finalmente, y en cuestión de dos horitas escasas gracias a los avanzadísimos medios tecnológicos, como habrán adivinado también de fabricación china, los resultados fueron más o menos definitivos. Y todos siguieron a lo suyo, los unos dando botes, los otros echándole la culpa a los unos y a la rentabilidad  de los Fondos de Inversión del Caudillo, que cada vez daban menos réditos, y los de más allá repartiéndose las sobras de la matanza bailando al son de la Ley D'Hondt. Y a quien San Sarkozy se la de,  la Merkel se la bendiga, que esto son cuatro días y a tí te encontré en la calle.

Y visto lo visto, Ataúlfo apagó la tele con desgana como el que aplasta la última colilla tras una noche de juerga torera sin saber a que carta jugar, en que puerto refugiarse ni a que santo encomendar sus plegarias. Más o menos como la mayoría de la sufrida y poco inocente población que ya no sabía si creer a Marx, a Bakunin, o alistarse en las filas del Partido Neocon, Libertario y de las JONS, que por otra parte no dejaba de ser un resumen bastante razonable de lo acaecido.

Y con la inquietante satisfacción del deber cumplido y el ánimus interruptus, se arrebujó entre las sábanas con la certeza de que, salvo causa de fuerza mayor, el lunes llegaría puntual a su cita dando inicio a lo que unos veían como el principio del fin y otros como el fin de los principios. Pero siempre nos quedará el consuelo de pensar que entre tierras medio pútridas cubiertas de hojarasca aún quedarán gorrinos con la esperanza de olfatear las últimas trufas otoñales.

Y Ataúlfo cayó en los brazos de Morfeo porque al fin y al cabo todos salimos del mismo sitio por más que nos esforcemos en sacarle brillo al pedigrí y ponerle puertas al campo.

Que visto lo visto no es poco...


viernes, 4 de noviembre de 2011

Andamiajes, estropajos, cal y celo profesional.

Hoy el título de la entrada rima, igualito que la mítica peli guarrindonga "El carpintero, su mujer y otras cosas de meter". Vamos, que una vez más la realidad me lo pone a huevo sin tener  que esforzarme nada de nada. 

Leo estupefacto en la prensa del movimiento, e incluso en la otra, que el  mundo del arte llora desconsolado porque una excelsa obra del autor Martin Kippenberger, que era un señor que hacía obras de arte carísimas, ha resultado gravemente dañada hasta el punto de que los restauradores del museo Ostwald dicen que los daños son irrecuperables. Antes de nada, por aplicación del principio "Una imagen vale más que mil palabras", centrémonos en el tema observando esta  fotografía de la obra de arte en cuestión: 


La obra de arte en cuestión



La gaveta en cuestión tras dejar de ser una obra de arte
El valor del artístico elemento viene a ser de  unos 800.000 euros, supongo que con IVA incluido (por si alguien se despista, la obra de arte es el andamiaje que se ve en el centro de la imagen bajo el cual hay  una gaveta de goma de esas que usaban los albañiles cuando tenían trabajo). Por cierto, conste que no había oído hablar de  Martin Kippenberger en mi vida. Y no disimulen, que ustedes tampoco... pero vamos a lo que vamos:

Esta hermosa creación artística lleva por título algo así como "Cuando empieza a gotear desde el techo" y al parecer es una alegoría más o menos elaborada de lo que pasa cuando pintas el techo zafiamente y la pintura empieza a gotear al suelo por efecto de la gravedad, que tiene muy mala baba.  La verdad es que por la módica cantidad de 500 euros ya lo podía explicar yo mismo de forma más gráfica, pero como no soy artista conceptual...
    
El caso es que una esforzada limpiadora del museo observó que la gaveta estaba toda llena de cal y guarrerías varias y decidió tirar de mocho,  estropajo del calibre 7 y una mezcla de Mister Proper y Calgón como si no existiera un mañana, hasta dejarla más limpia que una patena sin estrenar. El problema es que el exceso de celo profesional no le permitió ver que las incrustaciones de roña calcárea formaban parte de la obra de arte, y  como ya he dicho antes, los restauradores del museo consideran ahora que no hay nada que se pueda hacer para devolverle su antiguo esplendor roñeril.  Esto me lleva a pensar que los restauradores deberían ser despedidos de inmediato. 

Cuando la empresa responsable de la limpieza reprendió a la curranta por la felonía que acababa de cometer, la buena mujer, con muy buen criterio, respondió que creía que estaban haciendo obras en el museo y que al ver el andamio medio esgonciado y la gaveta de goma con más mierda que el palo de un gallinero venido a menos decidió que aquello  no hacía bonito  en mitad de la sala. Y lógicamente cumplió con su trabajo.

No se por qué extraña razón, pero me da en la nariz que si la Fräulein limpiadora se hubiera topado de frente con un Velázquez,  un Rembrandt o un cuadro de Lola Flores (ya saben, "mú mal pintao"  pero con ese arte que ella tenía), no  se le hubiera ocurrido tirar de Scotch Brite.

Me encantaría escuchar al guía del museo explicando los entresijos filosóficos del andamio en cuestión, aunque imagino que sería algo así como "El artista plasma con genial maestría la efímera inconsistencia del devenir entendido como un exacerbado sincretismo de valores no extrapolables en términos estéticos, en tanto la expresión visual del yo imposibilita la proyección de las superestructuras del inconsciente profundo", etcétera. Siempre he dicho que un par de hostias a tiempo espabilan mucho y evitan males mayores. 

     Lo que sí es arte en estado puro es decidir que esto vale 800.000 euros sin que se te escape la risa floja  Como decía el genial Manuel Alexandre en "Amanece que no es poco":

"¡Me paice a mí que tenéis un cuajo...!"